Nicaragua: Transformación o gobernabilidad

Iniciemos este articulo ofreciendo una síntesis apretada de Nicaragua: la gran mayoría de sus pobladores tiene un ingreso por debajo de 2 USD al día, el tamaño de su economía apenas supera los 5 mil millones de USD, con un Estado cuya base fiscal es sumamente frágil, en extremo dependiente de los ahorros externos, y el cual se ve abrumado por la crisis energética del Siglo XXI. El alza del precio del petróleo representa trastornos mayúsculos en la vida de los nicaragüenses, y sus representantes en la función pública simplemente no tienen los recursos para suavizar estos trastornos.
Esto significa — entre tantas cosas preocupantes –, que su “densidad ciudadana” es muy baja, es decir, la mayoría de su gente actúa motivada por sus necesidades inmediatas. Esto se puede ilustrar con la siguiente metáfora: el árbol frondoso que con el tiempo contribuiría al turismo verde de Nicaragua, literalmente lo estamos haciendo leña. Peor aún, el discurso a favor del árbol frondoso {el discurso modernizante}, le resulta distante a la gente, y la gente se siente más cerca de aquellos {los políticos tradicionales} que les facilitan el hacha para hacerlo leña.
Por lo tanto, las preguntas difíciles: ¿tiene Nicaragua un cuerpo social lo suficientemente formado para darle sostén a la modernidad institucional?; ¿es Nicaragua un país que se transforma o solamente se administra?; ¿qué puede hacer un gobernante en un año cuando lo que se requiere son cien?
En ocasiones, la presidencia de Enrique Bolaños ha pretendido transformar a Nicaragua “de raíz”, buscando romper el “oligopolio” de la sociedad política tradicional, es decir, el FSLN y el PLC con sus respectivos dueños. Con este fin, su discurso se ha caracterizado por favorecer la modernidad institucional en vez de los arreglos caudillistas, y ha contado con el apoyo de la comunidad internacional, así como de la sociedad civil organizada, y una sociedad política emergente, cuyo potencial todavía no ha sido verificado electoralmente. El precio de transformar de raíz a un país como Nicaragua — al menos en el corto plazo –, usualmente es la ingobernabilidad, sobre todo cuando el transformador no está dotado de los recursos que le ofrecen poder a su autoridad, y cuando el objeto de su transformación, es la sociedad política tradicional, la cual precisamente cuenta con esos recursos que a él le faltan. Un pretendiente a transformador que carece de recursos para forzar su objetivo, puede terminar siendo percibido por sus compatriotas como poco efectivo. Esto nos lleva una vez más a la pregunta subyacente a lo largo de este artículo: ¿países con los rezagos sociales como los que abruman a Nicaragua, se gobiernan como queremos que sean, o como son?
La astucia de Enrique Bolaños ha consistido que en ocasiones ha pretendido gobernar Nicaragua como ese país que queremos que sea, y en otras ocasiones lo ha gobernado tal como es. Cuando ha gobernado el país como queremos que sea, los resultados en la gestión pública han sido condiciones conflictivas o de parálisis, pero a la vez ha ubicado en el centro de la agenda nacional la importancia de una nueva sociedad política, cuya misión principal debería ser la ruptura del oligopolio de la sociedad política tradicional. Y cuando ha gobernado el país tal como es — alejándose de los “modernizadores” –, los conflictos políticos se han minimizado, facilitándosele, entre otros logros, los arreglos con el FMI y la ratificación de Cafta, aunque en el proceso se le acuse de estar “legitimando” la presencia de Daniel Ortega y del FSLN en el sistema político. Luego: ¿cómo debería Enrique Bolaños gobernar en el año que le queda?
La herencia económica inmediata que recibió Enrique Bolaños requería de su parte medidas difíciles, entre las cuales estaba el tema de lo que denominamos deuda interna, aunque una buena parte de estas obligaciones ya está en manos extranjeras. El crecimiento económico de sus primeros dos años por lo tanto fue modesto; sin embargo, durante los dos últimos años el crecimiento ha sido vigoroso y sobre la base de inversiones privadas. En este su último año {2006}, pese a la incertidumbre que acarrea todo año electoral, los estimados más conservadores ubican el crecimiento de Nicaragua cerca del 4,0%. Si Bolaños pretendiera continuar transformando Nicaragua en el año que le queda, esto inevitablemente significaría tensiones, con toda o con parte de la sociedad política tradicional. Esto también significaría conflictos sociales y complicaciones para su agenda económica. Si por lo contrario, el Presidente Bolaños opta por la tranquilidad política favoreciendo la agenda económica que garantice tres años consecutivos de crecimiento robusto, se tendría que reconocer que su colaboración con toda, o parte de la sociedad política tradicional, desactivaría por completo el tema del pacto, y pondría en un segundo plano — al menos en lo que se refiere a su gestión de gobierno –, la gran tarea de la transformación política. ¿Dónde estaría entonces la sustancia de su legado?
El legado presidencial de Enrique Bolaños estará en lo económico, pero sin duda alguna también en lo político, puesto que ha empujado la modernidad institucional hasta los límites que permiten la gobernabilidad del país. Bolaños retomó el espíritu de la agenda de Violeta Barrios de Chamorro y avanzó con ella, promoviendo el avance económico y político a través, en ocasiones, de la cohabitación con sus adversarios históricos.
Por lo tanto, aún si Enrique Bolaños se concentra en su último año en lo económico, esto no significa que esté renunciando a su otro legado. Más aún, si gobernar Nicaragua tal como es, garantiza un mínimo de crecimiento económico, ésta es la manera más segura de transformar a Nicaragua, puesto que el crecimiento sostenido es lo que puede generar la densidad ciudadana que requiere una democracia liberal.
Una vez que Enrique Bolaños centre su gestión alrededor de lo económico, sus pasos tácticos tienen que ser consecuentes con su decisión ancla para el 2006. Si bien es cierto en lo estratégico, la sucesión presidencial tiene que estar en función a un candidato que comparta su agenda modernizante, Enrique Bolaños no debería involucrarse en la ingeniería de la sucesión. La tarea de terminar de forjar la nueva sociedad política corresponde a las generaciones entrantes. A él le toco impulsarla hasta donde la gobernabilidad de Nicaragua se lo permitió, y la manera en que las generaciones venideras administren su legado, no es su responsabilidad. La obra de nación le corresponde a varias generaciones, y no puede ser la tarea de una sola presidencia con un período de cinco años, aun la de Enrique Bolaños, que prometió estar entre las mejores de nuestra historia.