Los motivos de la política exterior de los Estados Unidos: De Irak a Nicaragua

Cuando visualizamos a los Estados Unidos, inmediatamente reconocemos su dimensión continental. Su Soberanía incluye a 50 Estados, que cada uno por si solo, tendría si quisiese, pretensiones nacionales. Lo notable de esta “Nación-Continente”, es que a lo largo de su historia, ha gozado de una tranquilidad casi perfecta. Protegida por los océanos y con vecinos sin la fuerza suficiente para representarle ninguna amenaza, las veces en que su integridad territorial ha sido afectada, son rarísimas. Los ingleses cuando incendiaron la Casa Blanca durante el gobierno de Madison, la fragata chilena que “cañoneó” la ciudad de San Francisco en la segunda mitad del siglo XIX, y las incursiones de Pancho Villa en la frontera con Nuevo México durante la presidencia de Wilson. La fijación de un paralelo de estos eventos con los actos terroristas del 9/11 en las ciudades de Nueva York y Washington DC, resulta imposible. El único que remotamente se pudiese comparar, fue el ataque japonés a sus bases navales en Pearl Harbor en diciembre de 1941, en las islas de Hawai, distantes de sus costas continentales del Pacifico. Más aún, los ataques de las Torres y el Pentágono, ocurren en el momento de su cúspide imperial, precisamente cuando Estados Unidos goza de su “momento unipolar”. Por tanto, no es de sorprender que la reacción de su gobierno hubiese sido tan radical. Desde ese momento todo cambió en los Estados Unidos, y en consecuencia, en el mundo.
A su interior, los norteamericanos tomaron medidas de seguridad que se situaron en la frontera de lo permisible en una sociedad liberal, tan sensible en la defensa de las libertades personales de sus ciudadanos. Mientras, en sus manifestaciones externas, la Administración de Bush II optó por despliegues conspicuos y unilaterales de su extraordinario músculo militar. Según los arquitectos de semejante beligerancia, la legitimidad de las acciones de EEUU se originaba no tanto en los mandatos multilaterales de las Naciones Unidas, sino que más bien en su propio poder, en la naturaleza democrática de su sociedad política, y en la gravedad de las amenazas a su seguridad nacional.
Sin embargo, lo verdaderamente nuevo de la política exterior de EEUU, es que el debate que por más de dos siglos venían conduciendo los aislacionistas con los internacionalistas sobre la naturaleza de sus relaciones con el mundo, pareciera haber quedado resuelto a favor de los segundos. Es decir, el sueño de muchos norteamericanos de olvidarse del mundo y cobijarse con la seguridad que ofrecen los océanos, en una suerte de splendid isolation, dejó de ser factible el 11 de septiembre del 2001. A partir de ese día, los EEUU optaron por un internacionalismo militante, y se reservaron el derecho de atacar a sus enemigos con fuerza letal, estén donde estén, sin ninguna consideración por la soberanía formal de los países en cuestión. Como un corolario vital a esta doctrina de “guerra preventiva”, la Administración de Bush II también se comprometió con la erradicación de las condiciones sociales que producen a esos individuos capaces de cometer semejantes actos de irracionalidad.
Para la Administración Bush II, sin embargo, el significado de las condiciones que producen “individuos irracionales”, no es el mismo de aquellos que identifican a la pobreza y las desigualdades sociales como las causas principales que producen a los terroristas. En casi todos los casos, los perpetradores de los crímenes del 9/11 pertenecían a familias musulmanas de clase media, y originarios del reinado de Arabia Saudita, reconocido por sus riquezas petroleras, su alianza con los EEUU, así como su fundamentalismo religioso, y por el régimen sultanesco de la Casa de los Saud.
En cierta forma, Arabia Saudita, como la mayor parte del mundo Árabe, se encuentra en una suerte de transición entre lo que el sociólogo alemán Max Weber, llamó la tradición y la modernidad. Por un lado, las sociedades árabes y otras sociedades musulmanas tienen enclaves de modernidad, incluyendo una clase media con educación y gustos occidentales; pero también estas sociedades se caracterizan por teocracias, o regímenes políticos basados en la permanencia de personas que manipulan lealtades tribales, de clanes y de familias, sin ningún sentido de las instituciones. Sí a esta mezcla de tradición con enclaves de modernidad, se le suman pasados grandiosos –aunque hubiesen sido varios milenios atrás–, con una convicción arraigada de que son “victimas” de Occidente, por lo cual no son grandes otra vez, el potencial para producir a “individuos irracionales” es enorme.
Lo paradójico del caso es que, durante la Guerra Fría y el enfrentamiento con los soviéticos en Afganistán, las fuerzas de la tradición, o bien, el “atraso”, se identificaban con los EEUU. En las nuevas circunstancias, sin embargo, en las que la modernidad no se ve empañada por la amenaza del comunismo, las fuerzas de la tradición / atraso, como Bin Laden o los Talibanes, ven ahora en los EE. UU. a la vanguardia de la modernidad, que se dintigue, entre otras cosas, por la hegemonía de valores seculares que son la negación de su esencia teocrática. De allí que la Administración de Bush II, se hubiese embarcado en la aventura de reemplazar los regímenes de Afganistán y de Irak –el cual, hay que advertir, representaba otro “tipo” de tradición–, con el fin ulterior de construir naciones que transiten con mayor velocidad a la modernidad. ¿Qué ocurrirá en el futuro con regímenes como los de Irán o la propia Arabia Saudita?, es una pregunta cuya respuesta tendrá relevancia en la Gran Cruzada de la modernidad. Por su parte, la respuesta a esta pregunta, dependerá en gran medida de los éxitos norteamericanos en Afganistán, pero sobretodo, en Irak.
Tal como se entiende la modernidad esta requiere, entre otras cosas, de una economía de mercado y de una democracia representativa. Lo dicho es difícil de cimentar en sociedades donde prevalece la Economía del Bazar, y donde los partidos políticos son propiedad exclusiva de individuos, clanes o corrientes religiosas. Más aún, imaginémonos la construcción de instituciones que son centrales para regímenes modernos como son, por ejemplo, un ejército con lealtad a la nación y subordinado a la normativa democrática. Las experiencias de EE. UU. en Irak con este último objetivo son reveladoras, puesto que no ha sido fácil formar un ejército nacional compuesto de Kurdos, Cristianos, Shiítas y Sunnis, con la agravante de que los odios entre ellos son atávicos, y de que los Shiítas son la mayoría. En la Nicaragua de la ocupación Norteamericana de principios del siglo pasado, un país mucho menos complejo que Irak, en un afán por conformar un ejército nacional, los funcionarios del Departamento de Estado insistieron en una Guardia compuesta por oficiales de los dos grandes partidos históricos en proporciones iguales, y todos sabemos el fin de la historia, es decir, la Guardia quedó exclusivamente en manos de oficiales liberales con lealtad total por el General Anastasio Somoza García.
Si bien es cierto que los valores de Estados Unidos, que son sinónimos de modernidad, tienen un atractivo universal, también es cierto que no enraizan de manera inmediata, y que el éxito de su trasplante depende del lugar que las sociedades ocupen en el continuo de la modernidad. Lo fácil en Irak fue el blitzkrieg militar; lo difícil, si no imposible, es que la sociedad Norteamericana tenga la paciencia para darle el espacio político a la Administración de Bush II, e inclusive, a otras administraciones, para que contribuyan con constancia a la construcción de una sociedad moderna en Irak. También esta por verse que los iraquíes le den igual espacio.
Guardando las distancias con el gran teatro de la política mundial, en el caso de Nicaragua, los Estados Unidos a partir del 9/11 no solamente ha expresado su deseo por una sociedad política moderna en nuestro país, es decir libre de caudillos, y sobretodo del Caudillo sandinista, sino que también se ha involucrado directamente en la construcción de la misma. Es innegable que entre los “latinoamericanistas” de la Administración de Bush II, las emociones y los remanentes ideológicos de los años ochenta han pesado en esta decisión; pero es igualmente cierto que estos se sienten cubiertos por ese mandato general de activamente acelerar la modernidad en todas partes, y sobretodo en esas sociedades donde existen organizaciones políticas que ellos perciben como adversas a su seguridad nacional. En el caso del Partido Liberal Constitucionalista, las reservas de los norteamericanos no son con sus militantes, sino que con Arnoldo Alemán, y en el caso del FSLN, un partido que en las ultimas tres elecciones presidenciales ha recibido entre 39,0% y 43,0% de los votos {con una participación electoral masiva}, también, a regañadientes, han tenido que reconocer que sus reservas se limitan a la “primera generación” de sandinistas.
El problema con acelerar la modernidad en Nicaragua lo representan sus condiciones objetivas, es decir, una sociedad con una clase media muy incipiente y una población empobrecida que en su mayoría entiende la política como la repartición de prebendas y el montaje de espectáculos. Estas condiciones se prestan a que sus grandes caudillos, Alemán y Ortega, todavía gocen de una autoridad cuya legitimidad se desprende del carisma y del afecto emocional de sus seguidores. Más aún, la Iglesia Católica, también dominada por su propio Caudillo, el Cardenal Obando y Bravo, con más de 30 años en el poder, es parte implícita de este arreglo a favor de la tradición. Lo irónico del caso es que el Presidente Bolaños — quien se inclina por la modernidad –, en su afán legitimo de liberarse de la sombra de Alemán y consciente que no se puede enfrentar a todos los caudillos simultáneamente, optó por forjar alianzas parlamentarias con Daniel Ortega, supuestamente su gran “adversario ideológico”, creyendo inicialmente, que Alemán en la cárcel dejaría huérfanos a los liberales, quienes buscarían a un padre sustituto en la figura presidencial.
El problema es que esto último no ocurrió, y para gobernar con un mínimo de efectividad, Bolaños tuvo que acudir en el Parlamento a los votos del sandinismo. Peor aún, por esas cosas tristes de la política nicaragüense, el sistema judicial le pertenece parcialmente a Daniel Ortega, lo que lo ubica en una posición ideal para tener “palanca” con Alemán, y por supuesto con el propio Bolaños, para quien su pesadilla mayor es la libertad de Alemán. Semejante modo de operar de la política nicaragüense, sobre todo con elecciones municipales a finales de este año, les resultó inaceptable a los latinoamericanistas de la Administración de Bush II, quienes dentro del nuevo espíritu de su internacionalismo militante, decidieron “micro-administrar” los asuntos nicaragüenses, al menos los del gobierno de Bolaños y del Partido Liberal. El objetivo es sencillo, por medio de su Embajada en Managua como en tiempos de otrora, los Estados Unidos pretende alinear a los liberales en un solo “polo democrático”, excluyendo a Alemán y al FSLN del equilibrio nacional.
El objetivo de la política de EEUU es de una gran claridad, aunque su ejecución es mucho más confusa, puesto que no será tan fácil desconectar a los seguidores y a los diputados del Partido Liberal de Arnoldo Alemán, y trasladarle estas lealtades a Bolaños. Esta tarea será cosa de tiempo completo para los funcionarios de la Embajada, y al final del día, aún después de muchos esfuerzos, cuidado que no logren separar a Alemán de los liberales, y conformar una bancada Liberal coherente con la agenda parlamentaria del Presidente. Por su parte, Daniel Ortega lleva varias décadas como uno de los grandes protagonistas de la política nacional, y si bien es cierto la debilidad de Nicaragua es evidente y el poderío de los EEUU llega a las estrellas, el ejercicio de este poder tiene sus bemoles. ¿Están los norteamericanos dispuestos a enviar comandos especiales a Nicaragua para “liberarnos” de nuestros caudillos? ¿Hasta qué punto, por castigar a los caudillos con el recorte de los programas de ayuda económica, estén dispuestos a castigar a sus aliados locales y a los propios nicaragüenses? Pareciera que esto les deja con el arma de la “quitada de visas”, que para muchos como el que escribe estas líneas, es una arma poderosa, pero para otros, no es tan amenazante.
El avance a la modernidad en Nicaragua, como en el caso de Irak, tiene su propio ritmo y manipular los tiempos sociales puede ser un error. Las sucesiones al interior de los partidos tienen que ocurrir, inclusive con el aliento de los EEUU, pero no de su propia mano. Los años ochenta les dejó una lección a los norteamericanos y a nosotros los nicaragüenses: La “micro-administración” de nuestros asuntos por el Departamento de Estado o por la CIA, nos llevó a una situación donde los norteamericanos nos terminaron despreciando y los nicaragüenses les terminamos resintiendo, y con la incertidumbre de no saber con certeza quien manipuló a quien. En cierta manera y dando tumbos si se quiere, los nicaragüenses estábamos encontrando nuestro propio equilibrio. La gestión de Bolaños tiene éxitos que enseñar: La negociación de la deuda interna; la culminación de la Iniciativa de los Países Pobre Altamente Endeudados; una negociación efectiva con los organismos multilaterales para subirle el techo al gasto público; los resultados de las negociaciones de CAFTA; el fomento de la honradez en las transacciones del Estado; y haber mantenido al FSLN dentro del sistema. Las perspectivas de crecimiento del país para el 2004, si la política no las descarrila son definitivamente buenas. Cuidado que estemos ante una de esas ironías de la historia, y es que la política de los EEUU tenga más probabilidades de éxito en Irak, una sociedad con complicaciones acumuladas a lo largo de los milenios, que en la Nicaragua de simpleza bíblica.