El Salvador: ¿El proceso electoral fortalecido?

Los resultados electorales del 21 de marzo para la presidencia en El Salvador fueron notables. El candidato de ARENA no sólo recibió más del 57,0% de los votos para ganar en primera vuelta, sino que también lo hizo con una participación del 66,0% de una franquicia electoral de 3, 450,000 ciudadanos.

Semejantes resultados no tienen comparación en la historia reciente de El Salvador: En las presidenciales del 89, Cristiani gano en primera vuelta por ARENA con el 53,8%; mientras Calderón Sol, en la primera vuelta de las elecciones del 94, obtuvo para ARENA el 45,0% de los votos, lo que lo obligo a presentarse a  una segunda vuelta, donde si bien es cierto gano con el 68,5% de los votos, el ausentismo fue de casi el 60,0% del total de votantes registrados. En el caso extremo del mandato electoral de Francisco Flores, también de ARENA, ganó en primera vuelta con 50,2% de los votos,  pero con solamente 1, 222,253 ciudadanos acudiendo a las urnas, un numero inferior al 1, 314,000 votos que en esta ocasión obtuvo Antonio Saca, el cuarto Presidente de El Salvador que resulta electo consecutivamente para un periodo de 5 años con los colores de la Alianza Republicana. Para encontrar números remotamente parecidos a los de Saca, habría que acudir a los 818 mil votos de Calderón Sol en la segunda vuelta de las presidenciales de 1994, o a la segunda vuelta de las presidenciales de 1984, cuando la Democracia Cristiana, con su caudillo histórico, Napoleón Duarte, obtuvo 753 mil votos.

La participación electoral de las presidenciales de marzo del 2004, resulta particularmente interesante, puesto que en las elecciones de 1999,  el ausentismo llego al 54,0% de los inscritos, y a un 62,0% respecto a la población con edad para votar. Más aún, según indicadores compilados por el BID, la ausencia de los salvadoreños de las urnas electorales durante las últimas dos décadas,  los colocaba, después de los colombianos, como los más indiferentes en toda América Latina.  Inclusive, ante la pregunta que desde 1999 viene formulando el Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA, sobre si habrá fraude en las próximas elecciones o se si serán limpias, consistentemente,  la mayoría de los que respondían, consideraban que habría fraude, 37,8% en febrero de 1999, 42,6% en octubre del 2003, y 45,5% en febrero del 2004. Los que creían que serían limpias,  fluctuaban entre 34,4% en 1999, 26,6% en 2003, y 32,3% en el 2004.

Es evidente que algo extraordinario ocurrió en las elecciones recién pasadas, en las que no solamente resultó electo un Primer Mandatario con un altísimo capital político, sino que también se “relegitimó” el proceso electoral salvadoreño.  Sobre esto habrá que profundizar con seriedad, mientras tanto, ofrezcamos algunas explicaciones.

En cuanto al 57,7% de los votos para ARENA y 35,7% de los votos para el FMLN, la explicación se origina en las encuestas de CID-Gallup publicadas por el Diario de Hoy durante la primera semana de junio del 2003. En esta se resaltaba un contraste abismal: el neto de aprobación popular de Saca  se ubicaba en 37 +, mientras el neto de Schafick Handal era de -16.  De los 6 pre-candidatos para ARENA y el FMLN, los números de Schafick no tenían rivales, puesto que los otros 5, sin excepción, tenían netos positivos. Inclusive, Mauricio Funes, que se perfilaba como posible candidato presidencial del FMLN,  se le acercaba a Saca con un neto de 33+  En los focus groups que se realizaron con la juventud capitalina a mediados de enero del 2004, los calificativos que más utilizaban los que participaron en estos ejercicios cuando se referían a Shafick se concentraban en su “mal carácter”, como irascible, desagradable, autocrático, violento, extremista y mal educado. La dirigencia del FMLN sin embargo, a pesar de lo dicho, y que las encuestas señalaban  que la mayoría votaría por el candidato, insistieron en escoger a Shafick como su candidato presidencial, pensando no tanto en una lógica electoral, sino que más bien en un candidato que guardase la “pureza revolucionaria” del programa del FMLN.  Imaginémonos por un momento, un candidato con las características de Funes por el FMLN, en una sociedad que mayoritariamente venía expresando sus deseos por “el cambio”.

A lo dicho hay que agregarle la abundancia de recursos con los que contó la campaña de ARENA y el apoyo que le brindaron la mayoría de los mecanismos que forjan el consenso social. Pero también hay que reconocer la calidad de la marca ARENA, con un piso electoral firme, y como un partido que no solamente lleva ya cuatro sucesiones ordenadas en su liderazgo, sino que también ha sabido “reinventarse”  como el partido de “mano dura”, que a la misma vez, es el partido de la modernidad económica.  Ciertamente, la inseguridad ciudadana y su programa para combatir a las “maras”, fue un plus para ARENA, pero también es importante reconocer que después de tres gobiernos consecutivos, en febrero de este año, 47,6% de los encuestados por el Instituto Universitario de Opinión Pública de la UCA consideraban que ARENA le “ha hecho bien al país”, mientras un 26,8% consideraban que le ha hecho mal. Esta misma encuesta señalaba que la mayoría de los salvadoreños consideraban a ARENA como el partido más capaz para generar empleos, e inclusive para combatir la pobreza. En las pocas cosas que el FMLN aventajo a ARENA,  se destaco el tema de bajarle el precio a los servicios básico.

La campaña conducida por ARENA fue tan magistral, que fue puramente de emociones, entre las que por supuesto  figuró conspicuamente el miedo. En una sociedad donde el 41,0% de los encuestados dicen tener un pariente cercano en los EEUU, y un 80,0% de su gente considera de importancia vital tener buenas relaciones con ese país, resulta muy funcional ser percibido como el partido de los “americanos”, como es el caso de ARENA. Por el contrario, si un partido como es el caso del FMLN, se le percibe como el Némesis de los EEUU {imagen a la que los dirigentes del FMLN contribuyeron con entusiasmo}, es indiscutible que electoralmente se verá perjudicado, sobretodo si funcionarios del Gobierno de ese país contribuyeron a acentuar esta percepción, y los comerciales televisivos de los partidarios de ARENA, anunciaban demagógicamente el fin de las remesas si el FMLN ganaba las elecciones.

Esto no quiere decir sin embargo, que la ilusión de una vida mejor no tuvo un peso importante en la campaña de ARENA.  Antonio Saca demostró ser un gran comunicador, con las virtudes propias de un Ronald Reagan centroamericano, y logro conectarse emocionalmente con la mayoría de los salvadoreños, y sobre todo con los jóvenes y con la clase media empresarial. Sin duda alguna, ARENA ofreció el piso, pero Saca subió el techo electoral.  Y Héctor Silva, el “candidato natural” del cambio, que hubiese podido complicarle a Saca su victoria en primera vuelta, contó con muy pocos recursos para su campaña, y sucumbió al síndrome del voto útil y a la falta de cohesión y capacidad operativa de su vehículo electoral, el CDU-PDC.

Entre los grandes desafíos que enfrentan la mayoría de los países latinoamericanos, continua destacándose la formación de un sistema político moderno, en el cual, el estado opere con eficiencia al momento de darle respuesta a las expectativas de sus ciudadanos. Pero esto va más allá de una buena “gerencia pública” y del uso eficiente de los ingresos fiscales existentes, e implica aumentar las posibilidades económicas del estado, considerando que la gobernanza democrática, depende en buena medida de un equilibrio sano entre las demandas de la sociedad y la capacidad del estado de darles respuestas a estas demandas. Sin dudas, recientemente las demandas de los ciudadanos han aumentado mucho más rápido que la capacidad del estado de ofrecerles respuestas, y la esfera de los privados, no se ha desarrollado con el vigor suficiente para contribuir significativamente a la resolución de las expectativas frustradas.

El Salvador tiene varios años de crecer modestamente y si Cafta no se concretiza en este año como resultado del ciclo electoral en los EEUU, la cuestión fiscal cobrará mayor urgencia en la gestión de Antonio Saca.  Un sistema político moderno pasa por la formación –como decíamos con anterioridad–, de un estado que no se congestione, ya sea por ineficiencia o por insuficiencia fiscal.  El Salvador hasta hora ha avanzado en lo de la eficiencia, pero todavía sigue pendiente la insuficiencia fiscal.  Y de mayor importancia, no hay sistema político moderno sin una sociedad política estable, donde los partidos anclas que sirven de intermediarios entre el estado y la sociedad, se ubiquen claramente en la izquierda y en la derecha, pero que en vez de moverse hacia sus respectivos extremos, se muevan hacía el centro. Con ARENA tenemos el partido ancla por el lado de la derecha, y de lo que se trata ahora es conformar el partido ancla por el lado de la izquierda.  En teoría, los reformadores al interior del FMLN deberían estar en capacidad de reinventar su partido a favor de un proyecto social-demócrata, y abrirse a los náufragos del CDU-PDC, para conformar un polo fuerte de izquierda nueva que incluya, además de las suyas, a figuras como Silva y Funes, y que le permita a aquellos ciudadanos que votaron por ARENA como el “mal menor”, realizar sus esperanzas de “algún día  votar por otro partido”.  El problema sin embargo es que Shafick Handal, aunque fue derrotado aplastantemente en términos porcentuales, recibió más de 800 mil votos,  que representan un número mayor al que el FMLN obtuvo de manera combinada para las elecciones presidenciales del 94 y el 99. No es remoto que Handal se mantenga fuerte en el partido, y que juegue de cara a las elecciones municipales y legislativas, en las que la gente se “arriesga” un poco más, con el fin de conformar una suerte de poder dual, dentro del cual, el FMLN ortodoxo no gobierna,  pero tiene capacidad de veto. La tarea de una sociedad política más estable, que fortalezca la democracia representativa y la economía de mercado, a pesar de los últimos resultados electorales, continúa pendiente en El Salvador.