“Daniel Ortega perdería las elecciones en una segunda vuelta”

Las elecciones nicaragüenses del próximo 5 de noviembre no serán una contienda entre izquierda o derecha, o entre Estados Unidos y soberanía nacional; representarán, más bien, un pulso entre tradición y modernidad.
Esta es la opinión de Arturo Cruz Sequeira, politólogo de ese vecino país y profesor del Incae, quien fue entrevistado por el analista político Constantino Urcuyo el pasado 22 de setiembre tras asistir a una actividad organizada por el Centro de Investigación y Adiestramiento Político-Administrativo (Ciapa), en su sede en Curridabat, San José.
Cruz, quien ha sido consultor de diversos organismos internacionales, obtuvo una maestría con distinción en ciencias políticas en la Escuela Paul Nitze de la Universidad de Johns Hopkins, y un doctorado en historia moderna, de la Universidad de Oxford (Inglaterra). Sus investigaciones se enfocan en el análisis de tendencias sociales y políticas de América Latina.
De acuerdo con este politólogo, Daniel Ortega, del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) luce hoy como el candidato con más posibilidades de ganar los comicios, pero esta probabilidad se esfumaría en caso de que tuviera que afrontar una segunda ronda electoral. Cruz también abordó los temas –en el contexto de las votaciones en Nicaragua– del papel de Estados Unidos y del mandatario venezolano Hugo Chávez.
–Usted ha dicho que las próximas elecciones nicaragüenses serán una escogencia entre la modernidad y la tradición.
–Siempre he insistido que la verdadera dicotomía que nos divide no es entre izquierda y derecha, mercado y Estado, Estados Unidos o soberanía nacional, sino más bien es entre lo que podemos llamar las fuerzas de la tradición dominante, que se asocian con grandes figuras atávicas que tienen lealtades personales y emocionales de sus seguidores; y las emergentes fuerzas modernizantes que plantean sus ofertas políticas fundadas en racionalidad y programas. Es la pregunta eterna, no solo de Nicaragua sino de la América española en general: ¿cómo vamos a anclar nuestra vida política? ¿sobre la base de instituciones o sobre las personas?
–¿Quiénes representan las fuerzas de la modernidad y quiénes representan las fuerzas de la tradición en Nicaragua?
–No hay duda alguna de que tanto al Partido Liberal Constitucionalista (PLC) como al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), los podemos asociar con la tradición; la legitimidad de su autoridad se deriva de las emociones que inspiran a nivel personal. Creo, que siguen siendo las fuerzas dominantes. Por otro lado, en teoría, las que representan la modernidad son estas fuerzas emergentes de la nueva sociedad política, que se identifican con Edmundo Jarquín –candidato de la Alianza Movimiento Renovador Sandinista (MRS)– por el lado de lo que podemos llamar la socialdemocracia dentro del Frente Sandinista; y Eduardo Montealegre –aspirante de la Alianza Liberal Nicaragüense (ALN)– que podemos definir como el liberalismo pragmático dentro del PLC. Estamos hablando de vieja sociedad política versus nueva sociedad política. Si usted me pregunta cuál es la que tiene mucho presente, insistiría en que es la vieja sociedad política, pero creo que el futuro le pertenecerá a la nueva sociedad política.
–Las encuestas nos revelan que los resultados favorecen el tradicionalismo, al Frente Sandinista, y si los sumamos a los votos del PLC, están ganando la batalla los tradicionales frente a las fuerzas de la modernidad.
–Es una correlación de fuerzas sociales. Indiscutiblemente, cuando se tiene un país donde el 82% de la gente, según las estadísticas disponibles, viven por debajo de US$2 al día, la densidad ciudadana va a ser muy baja, y estos pobladores se van a identificar con individuos que les resuelvan de manera directa y personal sus necesidades inmediatas. Por eso es que soy un convencido de que el cuerpo social nicaragüense todavía nos tiene atrapados en la tradición. Ahora bien, eso no quiere decir que no empiezan a surgir estas fuerzas emergentes, con un dinamismo mucho más notable de lo que se esperaba.
–Los partidos emergentes que tienen una base predominantemente urbana, mientras que los partidos tradicionales representan las fuerzas rurales y urbanas, lo que les da más presencia nacional.
–Correcto. Y yo diría que el que representa el voto tradicional de manera más nítida, es el PLC. Los votantes del PLC tienen tres características: mayor de 40 años, rural y muy poca educación. Ahí verdaderamente está encerrado el atavismo de la tradición. El Frente Sandinista es una mezcla más compleja, donde hay mucha tradición y está arraigado en lo rural pero también en lo semiurbano. En ese sentido, el Frente Sandinista es un fenómeno mucho más complejo.
–Esta situación ha configurado una elección a cuatro bandas, y seguirá siendo así si no se polariza, pero a pocos días de las elecciones, la gente sigue dándole adhesión a cada uno de estos cuatro polos (partidos que encabezan las preferencias electorales). ¿Cuáles son las condiciones que producirían la polarización, impidiendo que se llegara a una situación en que Ortega mantuviera la ventaja que tiene en estos momentos, haciéndole ganar la elección en la primera vuelta?
–Primero, hay una condición para la polarización, las encuestas indican que la mayoría de los nicaragüenses, o un porcentaje muy alto, perciben en el Frente Sandinista un riesgo muy alto. Eso quiere decir que uno de los prerrequisitos para polarizar existe: el miedo. Sin embargo, ¿qué se necesita para polarizar? Que el candidato que sigue a Daniel Ortega –quien lleva la ventaja en las encuestas— se diferencie de los demás de manera notable. En otras palabras, que sea un candidato sobre el cual, independientemente de que los otros tengan lealtad por sus candidatos, provoque el voto útil. Eso requiere, por lo tanto, que Eduardo Montealegre, que hasta ahora ha estado de número dos en las encuestas, supere lo que yo he llamado una suerte de techo, entre 23 y 25% de intención de voto. Pero tendría que dispararse notablemente para dejar atrás tanto al candidato del PLC como al del MRS. Y hay dos requisitos más que también son fundamentales: que el que va a polarizar tenga números positivos muy altos en cuanto a la percepción de él, y también se necesita que sea percibido como el candidato del cambio. Entonces, si bien es cierto se tiene lo básico para polarizar, que es el factor miedo, se necesita un candidato que se diferencie del resto de manera notable; además de eso que sus negativos o se estanquen o mejoren, y por otro lado que sea percibido como el candidato del cambio.
–¿Qué es, qué significa, y qué consecuencias tiene la llamada regla de 35% en el sistema electoral nicaragüense?
–Se puede ganar en primera vuelta si se tiene un mínimo de 35% del electorado y que quien sigua en el segundo lugar tenga cinco puntos menos que el 35%. Obviamente eso le bajó el techo a Daniel Ortega de manera dramática, lo que le permitiría ganar con 35 puntos en primera vuelta siempre y cuando el que lo siga tenga 30. Ahora bien, también se puede ganar en primera vuelta con 40 puntos independientemente de que el que lo siga alcance 39% o 39,5%.
–Ha habido mucha atención sobre actores externos jugando en el proceso electoral nicaragüense. Uno de ellos ha sido el embajador norteamericano; otro el gobierno de Hugo Chávez. Chávez expresó su simpatía por la candidatura de Ortega y además ha hecho la oferta de suministrar combustible barato a las alcaldías Sandinistas. ¿Qué repercusión interna, qué consecuencias positivas y negativas tiene la ingerencia de estos actores?
–La ventaja del apoyo de Chávez es que es inmediato; en otras palabras, puede resolver la inmediatez de las necesidades de la gente en el corto plazo. No solamente me refiero al tema petrolero, sino también, en una sociedad rural, donde la economía campesina está abrumada por sus necesidades inmediatas, el apoyo de Venezuela resuelve estas con el tema de la urea por ejemplo, que es un insumo agrícola central para la economía campesina.
“¿Cuál es el gran problema con el apoyo norteamericano? Que ofrece futuro, ofrece programas de relaciones comerciales, plantea que si se sigue con el Consenso de Washington la economía va a crecer y tener una relación especial con los Estados Unidos. Por lo tanto es un programa que está en función de la modernidad y el futuro, pero tiene un gran inconveniente, insisto, que está en el futuro. Ahora bien, ¿qué vemos también en las encuestas? Que la mayoría de los nicaragüenses, de manera abrumadora, dicen que Nicaragua debe tener excelentes relaciones con los Estados Unidos. Entonces, independientemente de que es una diplomacia de cara al porvenir, la norteamericana, y que la de Venezuela es de cara a lo inmediato, la norteamericana tiene la gran ventaja en cuanto a efectividad electoral pues el sentido común parece indicar que si hay un país con el que tenemos que tener relaciones óptimas, es precisamente los Estados Unidos”.
–¿Asusta Chávez en Nicaragua?
–Depende de a quién. Pero vuelvo a insistir, si en esta sociedad rural que está abrumada por lo inmediato, surge alguien que le resuelve (los problemas) eso es lo que importa. Ahora, no hay duda que para los elementos modernos, clase media emergente y sectores intermedios urbanos, el tema de Chávez es complicado. Pero también reconozcamos lo siguiente: Nicaragua es un país donde si el precio del petróleo llegase a US$100 el barril, simple y sencillamente sus exportaciones de bienes no serían capaces de pagar por la cuenta petrolera nicaragüense de 10 millones de barriles al año, lo cual nos pone en una situación muy vulnerable.
–¿Y los Estados Unidos?, no pareciera estar su política de cooperación internacional pensando en ayudas, sino únicamente en el libre comercio.
–El instrumento del libre comercio es un programa, lo cual está bien si se tiene una sociedad con altísima densidad ciudadana y que verdaderamente no esté en lo inmediato, pero cuando se tiene una sociedad abrumada por la inmediatez, los programas son más en función de los elementos emergentes, pero que no son los dominantes. El problema tremendo de la diplomacia norteamericana en su efectividad electoral en Nicaragua pasa por no tener nada que ofrecer en lo cotidiano.
–¿El Consejo Superior Electoral, se ve politizado? ¿Esto repercutirá en la elección, creará dudas sobre los resultados electorales, habrá disputa en torno a los pronunciamientos de ese Tribunal?
–Definitivamente, y va a depender de los márgenes electorales. Estoy seguro de que independientemente de si fuese un instituto electoral con prestigio, un margen estrecho va a ser cuestionado fuertemente. Esto nos lleva a una pregunta central; en las democracias representativas los protagonistas son los partidos políticos, y usualmente estos, no solo en el caso de Nicaragua, sino en la gran mayoría de los países de la región, toman las decisiones en cuanto a quiénes van a ser los que van a constituir estas corporaciones electorales. No hay duda de que en el caso nicaragüense nuestro instituto con un margen electoral cerrado, tendría grandes dificultades para ser ese juez, ese árbitro, aceptado por todos.
–¿Qué pasará en caso de segunda vuelta electoral?
–Independientemente de quién sea el candidato de oposición a Ortega, Daniel pierde. La verdad del caso es que si bien es cierto Ortega tiene una reserva electoral impactante, después de 15 años de perder elecciones, y después de 10 años de experiencia revolucionaria complicada, es una reserva electoral que sigue siendo minoría. Entonces, en una segunda vuelta es el antisandinismo como cuerpo social el que derrotaría la opción Daniel.
–¿Se repetiría el fenómeno de las elecciones anteriores?
-Exactamente. Daniel Ortega tiene un piso electoral notable, pero como su techo es muy bajo, tendría ese escenario inevitable. Sin embargo, no hay duda de que Daniel Ortega tiene que ganar en primera vuelta, es la única posibilidad que tiene, y creo que tiene una oportunidad excelente, por una razón, porque estas cuatro o cinco fuerzas, tienen piso, pero no tienen techo. ¿Cuál es el piso más sólido? Y allí es donde está la ventaja competitiva de Daniel Ortega, de que su piso, independientemente de que nos guste o no nos guste, es un piso electoral importante. Edmundo Jarquín, en el análisis final, le quita más votos a Eduardo Montealegre por el lado de los independientes que a Daniel Ortega por el lado de los votos estables. Entonces aquí vamos a ver que hay cuatro pisos y en ese contexto no hay techo, y esa es la gran ventaja de Daniel Ortega. Ahora, independientemente del que gane las elecciones va a haber dispersión parlamentaria, y al ocurrir esto es innegable que el pacto, el acuerdo, va a ser una necesidad de todos los días; no van a poder gobernar de manera unilateral.
–Pero va a ser un pacto ya no a dos, sino a cuatro bandas.
–Con múltiples bandas, que lo hace una propuesta mucho más interesante, mucho más en la dirección de la modernidad, con una suerte de transición gradual entre la Nicaragua que existe y la Nicaragua que queremos. Esto me da, en cierta forma, una tranquilidad porque muchas veces los cambios abruptos, independientemente de si son por el lado de la economía o por el lado de la política, pueden desestabilizar a los países. Independientemente de los resultados electorales, los acuerdos van a ser necesarios, porque Nicaragua es un país que tiene que enfrentar múltiples desafíos de manera inmediata, y con muy poca capacidad para enfrentarlos. El gasto del gobierno nicaragüense proyectado para el 2006 es de US$1.200 millones; compárelo con el de Costa Rica con la misma población. Es indiscutible que los partidos políticos de mi país, a la hora de intermediar entre el Estado y la sociedad no tienen los recursos para cumplir con las expectativas abrumadoras de la sociedad, y por lo tanto esa intermediación se vuelve muy difícil si se toma en cuenta el tema de la crisis energética, del seguro social, de la deuda interna, de los ajustes salariales para los empleados públicos, de las transferencias del Gobierno Central a las municipalidades. Va a ser imperativo que los nicaragüenses de cara al 2007 nos pongamos de acuerdo.
–¿Cuál será la actitud de los Estados Unidos en caso de que Daniel Ortega gane? ¿Podemos esperar que se van a reactivar las presiones de la década de los 80 o aceptarán los norteamericanos, una llegada de Ortega por la vía electoral?
–Así como Daniel Ortega no puede repetir las condiciones de los 80, tampoco los Estados Unidos pueden hacerlo. Eso no quiere decir que la relación va a ser fácil; todo lo contrario, va a depender mucho también de cómo se comporte Daniel Ortega. Pero volver a la década de los 80, ya esas condiciones no existen. Definitivamente habría un momento de mucha duda, mucha complicación, y creo que a quien le va a tocar actuar con mayor sentido común es a Daniel Ortega, en sus gestos, en su simbología, en cómo se administra en esos primeros difíciles meses. Y creo que eso es así porque dependiendo de cómo actúa Daniel Ortega en función a los Estados Unidos, los actores nacionales y centroamericanos van a percibir a un Daniel Ortega que quiere ser sensato, que quiere acomodarse a las realidades de la geopolítica y que no está dispuesto a entrar en una hostilidad vacía que a todas luces no le conviene a Nicaragua.
–Ortega, ha dado recientemente muestras de flexibilidad interna: su acercamiento con el arzobispo, se casó por la Iglesia Católica. Independientemente de la sinceridad o no de esas posiciones, pareciera que hay conciencia en el orteguismo de que deben establecer alianzas nuevas. Una alianza importante, la alianza con la Contra. Pareciera que Ortega se volvió pragmático. ¿Esto es así?
–Esto también tiene que ver con el hecho de que Daniel Ortega ya entiende que su legitimidad como líder no pasa por sus credenciales revolucionarias, pasa por sus credenciales de un gran caudillo. Entonces el caudillo se asocia con la tradición, por eso el matrimonio, por eso su relación con el cardenal Obando y Bravo, y su relación con la Contra se vuelve importante porque verdaderamente la Contra durante los 80 fue la sociedad tradicional que entró en rebelión contra un esfuerzo espúreo pero modernizante que representaba la revolución sandinista; Ortega tiene que arroparse con los elementos de la tradición: Iglesia Católica, Arzobispo, y por supuesto ese matrimonio con ese movimiento campesino que fue la contra, un movimiento con un cuerpo social extraordinario. Ortega se da cuenta de que para ganar en estas elecciones necesita de los votos de esos excombatientes que se concentran en Matagalpa y en Jinotega, donde ¡qué cosas!, lleva ventaja electoral en el campo, donde siempre perdió de manera abrumadora. Y entonces con eso pretende compensar la pérdida de votos que está teniendo en la ciudad. El sandinismo, que fue más que todo un fenómeno urbano –contrario a las percepciones de muchos estudiosos–, ahora tiene su fuerte en las zonas semiurbanas y rurales.
–¿Cuáles son las probabilidades de que alguna de las candidaturas de la modernidad puedan poner en jaque o evitar el triunfo de Daniel Ortega?
–Todavía la sociedad tradicional en Nicaragua tiene un cuerpo mucho mayor que el de la modernidad. En ese sentido, aspiro a que logremos cohabitar las fuerzas de la tradición y la modernidad, y que la transición hacia esta última la vayamos haciendo de manera gradual, inteligente, consolidando instituciones. En mi juventud creía que si cambiábamos el modo de producción de manera radical se acabaría la pobreza, y obviamente me equivoqué. También creo que esa propensión a los cambios radicales, y esta vez por el lado de las instituciones, puede ser un error porque simple y sencillamente las estructuras de gobierno tienen que reflejar los cuerpos sociales y las aspiraciones. Entonces lo que yo quisiera para mi país, es que logremos acomodar las fuerzas del presente con las fuerzas del futuro, y que gradualmente las del futuro vayan prevaleciendo.
–¿Está todo definido, no hay posibilidades de cambios radicales en el sector de los independientes e indecisos?
-Honestamente creo que no. Creo que todavía de aquí hasta el 15 de octubre vamos a tener una suerte de primarias en cuanto a quién va a ser el contrincante de Daniel en función al voto útil, por eso es que las encuestas van a ser muy importantes.
Entrevista realizada por Constantino Urcuyo para El Financiero