Dilema electoral: Reflexiones sobre mi padre

En estos días tan turbulentos para todos, me di a la tarea de releer algunos escritos de mi padre, Arturo Cruz Porras. Entre muchos textos, encontré un viejo artículo que escribió para La Prensa en 1994. En ese momento, se cumplía una década de aquellas elecciones fallidas de 1984, donde él tuvo un papel preponderante, como posible candidato a la presidencia por la Coordinadora Democrática Nicaragüense. Me resultó inevitable establecer paralelismos asombrosos, con lo que hoy estamos viviendo.
La oposición nicaragüense está en una encrucijada, igual que en 1984. Hay quienes ven en este proceso electoral, una farsa que busca legitimar al régimen. Y por otro lado, hay otros que creen en que aún no están definidas todas las variables, y que por tanto, se debe luchar hasta el final. Paradójicamente, mientras ambas posturas no se reconcilien o una de las dos prevalezca, se seguirán cumpliendo, inocentemente los deseos del régimen, la abstención, desmoralización y fractura de la mayoría opositora.

El dilema al que se enfrenta la oposición en estos días, es como un deja vu de lo que, en aquellos momentos, se discutía apasionadamente dentro de las filas opositoras. Al respecto escribe mi padre en aquel artículo: «El Frente Sandinista de Liberación Nacional temía que la oposición, a la que tildaba de “contrarrevolucionaria”, una vez legitimada por elecciones libres, representara un obstáculo a su poder popular absolutista. La Coordinadora Democrática Nicaragüense (CDN), por su parte, aborrecía la posibilidad de lo que percibía, como deslegitimar a la Resistencia con su participación en elecciones controladas por el FSLN». Guardando las distancias de que hoy no hay tal “poder popular” ni resistencia armada, sin duda, hay curiosas coincidencias históricas, a las que debemos prestar atención.
En ese contexto, había un gran escepticismo respecto a ese proceso electoral. Especialmente, si se toma en cuenta que el FSLN gozaba de cierto respaldo popular, incluso de la solidaridad internacional. En el mismo Congreso de los Estados Unidos, las posiciones eran encontradas, a veces hasta antagónicas, alrededor de lo que estaba pasando en Nicaragua. En Europa, buena parte de la izquierda y de los liberales le habían dado un voto de confianza al sandinismo, que casi podría decirse, eran cheques en blancos. Y si sumamos, el respaldo del bloque socialista, las condiciones no le eran del todo desfavorable al FSLN.
En esas circunstancias, resulta comprensible esa prudencia inicial de mi padre, que tajantemente decía: «Impulsado por mi antizancudismo visceral, mi opinión, apasionadamente errada, era de que únicamente los “vivos” y “aprovechados” de siempre, participarían en las elecciones de los sandinistas». Una postura que, llegando a suelo nicaragüense y constatando la realidad concreta, fue cambiando considerablemente.
Al igual que mi padre, comparto ese antizancudismo radical. Eso es lo que me impulsa todos los días a permanecer en el camino correcto. No se trata de escoger el camino más fácil, el que todos quisieran tomar, sino de estar conscientes que la travesía es sinuosa, compleja, pero que vale la pena. Por eso, hay que hablarle a la gente siempre con claridad. Y aunque hoy, las condiciones electorales son igual de adversas, tampoco se la debemos poner fácil al régimen.

Mi padre tuvo una primera señal esperanzadora, cuando aterrizó en aquella capital convulsionada de mediados de los años ochenta: «La tarde que llegué a Managua tuve mi primer aviso de que abstenerse no era el camino correcto. El lema de uno de los partidos decía: la solución somos todos. Al día siguiente, el segundo aviso me lo dio monseñor Obando y Bravo, quien me dijo muy claramente: “Ustedes los políticos toman sus decisiones, pero por el bien de los campesinos, creo que ustedes deberían participar». En las condiciones actuales, lo que debemos entender, es que los únicos intereses que deben prevalecer son los del pueblo. Aquí no está en juego solamente una candidatura a la presidencia o algunas diputaciones. Estamos frente al futuro de nuestro país para las próximas generaciones, que no se nos olvide nunca, queridos compatriotas.
Es importante señalar que aquellos eran años convulsos en Nicaragua. El país estaba sumido en una guerra fratricida, con una economía cada vez más quebrada y en medio de un conflicto geopolítico de gran escala, como fue la guerra fría. Sin embargo, había una parte de la oposición que estaba convencida, que había que dar la batalla en todos los frentes, incluyendo el electoral.
Fue así como empezó una precampaña en algunos departamentos, que mi padre recuerda en su escrito: «El FSLN aplicó el método de las “turbas divinas” en nuestros intentos de reuniones bajo techo en León, Boaco y Masaya. Aparentemente, la prensa extranjera prefirió quedarse en la capital, el domingo que siete mil chinandeganos no se dejaron atemorizar por las turbas. Ni los corresponsales pudieron ver en León, a unas niñas colegiales que lograron subirse a una banca para enfurecer a la barra protestante, cantando en burla desafiante: “¿Qué es lo que quiere la gente? Que se vaya el Frente”».
Resulta curioso el relato sobre “las turbas divinas”, que pretendieron aplacar los mítines opositores, en aquellos años donde las condiciones electorales eran muy complejas. Cualquier parecido con la actualidad, no es realmente una coincidencia. Los métodos para desarticular a la oposición, para infundir el miedo y la desesperanza, siguen estando vigentes hoy en día. El objetivo también sigue siendo el mismo, desmoralizarnos.

Finalmente, aquel intento por disputar el poder absoluto del sandinismo resulto infructuoso, pero no por eso, puede considerarse un fracaso. Había muchos factores que intervinieron en ese proceso. En primer lugar, que no hubo consenso en los sectores opositores sobre la participación en las elecciones. En segundo lugar, el sandinismo se encargó de sembrar la intriga y el desconcierto dentro de las filas opositoras. En tercer lugar, los intereses de las grandes potencias de la guerra fría, que, en aquel momento, eran los verdaderos contendientes. Y quizá, lo más importante para mí, desde el punto de vista personal. Que mi padre fue consecuente con sus principios, jamás se prestó al juego del zancudismo. Ese legado siempre estará conmigo, todos los días.
En este sentido, considero vital que entendamos, que, a diferencia de 1984, hoy la coyuntura histórica no favorece al sandinismo. No tiene respaldo popular, el rechazo de la comunidad internacional es total, los sectores más representativos de la sociedad nicaragüenses abogan por un cambio. Es decir, están solos con su fuerza bruta. ¿Ahora entendemos por qué nos conminan a rendirnos?.
Por eso, este es un momento en el que todas las fuerzas opositoras, debemos hacer un alto en el camino, ser inteligentes, racionales, y tomar acción sobre los siguientes pasos con firmeza. Sigamos el ejemplo de aquellos valientes, que hoy nos interpelan a ser consecuentes con nuestros principios. El adversario sigue siendo el mismo, cuarenta años después. Así que, debemos poner primero los intereses del país, antes que los propios. Los demócratas tenemos que estar juntos, en estos tiempos tan oscuros. Seamos buenos herederos del legado de nuestros padres, de nuestros abuelos, estemos a la altura, que estoy seguro que saldremos adelante.